21 enero 2010

Programa 38


Llevamos ya 38 programas, y era delito no haber entrevistado antes a algún que otro autor granadino. No sólo porque un servidor haya pacido allí o porque en Radio Diane hayan sonado 091 hasta la saciedad, sino también porque Granada es un referente histórico para la literatura.



¿Qué se está haciendo allí? Alfredo, Arminda y Mayte nos regalaron su presencia telefónica (un auricular, tres personas), y nos recitaron y dieron su opinión sobre la poesía a día de hoy. Estuvimos hablando de la llegada de la inspiración, los lugares en Granada que marcan, y Alfredo nos comentó sobre la editorial Alea Blanca, que está promocionando autores noveles.

Aquí os dejo fragmentos de las visiones de Arminda y Mayte:

Infratú, diario de una psicopatía:
cuando me contuvo una boca

(Arminda Abdola)

Soy un monstruo hermoso
que mata
y envuelve en ese tránsito mortuorio
a los rostros de los hombres,
los acuno en una sepultura de sangre
prematura e inicio
la catarsis de sus almas errantes.

Arranco la vida de un corte fugaz;
los ropajes virginales me acompañan
y atesoran.
El mesías del tiempo
en que la carne lava a la carne
y en carne todo se devora.

Anoche esperé hasta que un joven
me miró, indeciso, desde su vehículo
destartalado
-como la carcasa viciosa que le acompañaba-.
Decidió, lujurioso,
entregarse a mi falo de oficio
y aparcó cerca de mi olfato.
Joven, curioso, probable candidato
a la salvación de Cristo.
Aparcó, también, sobre el carmín de mis labios,
más tarde, y estiró sus pasos hasta el hostal
que le indiqué,
guiándome.
Tomó el artificio de mi cabello oscuro
entre sus manos y calló
más que hablar mientras urgía a mis dedos
a masturbarle.
Lo hice.
Ahora me resulta dudosamente apropiada
aquella acción,
pero la consentí entonces como parte
del proyecto de matarlo.
Era ávido y ágil,
seguramente de tendencias tan misántropas
como las mías,
un girasol espléndido que giraba
en dirección a mi verga,
obviando lo consabido de mis ojos
reveladores.

Se estremecía
en un ritual fantasmagóricamente hipnotizante,
rozaba y cedía piel al contacto,
salivaba mi cuello
y buscaba, buscaba aberturas
por donde introducirse con una contundencia
doliente.

Lo besé como si fueran sus labios
los labios de la muerte
y sentencié aquel paro que me había desviado
de mi fin
-o su comienzo-.
Lo tomé y trasladé su cuerpo frágil hacia adelante,
me situé tras su espalda
y en cuclillas le sajé el cuello con limpieza.
Vi volar su ánima
salida de entre sus restos
y trepar a través de las voces de la noche
hasta perderse.
Adiós, pensé, amante suave,
y alejé para siempre de él mi pensamiento.

A otro hombre hice libre
sirviéndole en bandeja de metal
la salutación de un invicto verbo
que a los hombres adormece eternamente:
morir, morir, morir.

***

El Dictador
(Mayte Chesire)

El dictador es hoy un esperpento en chándal.
Fuera de lugar, deambula por la casa de su hijo
en busca de consuelo.
Llora a su esposa,
como tantos otros lloraron por su culpa.
No hay misericordia para él, no sería justo.

Se sacude la escarcha del bigote,
la sangre de las manos.
Sus verrugas son la reminiscencia de la aciaga pólvora.

Recuerda cuando la conoció.
Aquellos tiempos en los que el tomate sabía más a tomate
y al salir de la iglesia pensaban juntos
en la bonita estampa que se formaría al tirar
a la mocosa del vestido repollo desde el campanario.
Bucólico pasado, en el que los niños japoneses
padecían ataques epilépticos viendo Pokémon.

El dictador es hoy un senil decrépito
Que no tiene fuerzas ni para mover las manos.
Esos miembros desteñidos que parecen
haber salido de un cuadro del Greco.
Sufre escuchando a Edit Piaf
porque le recuerda a ella,
a cómo la quiso hasta la náusea.

Solo, rodeado de fantasmas, sin perdón.
Absurdo, como el hombre del saco cantando tiernas nanas,
como el monstruo de las galletas indultando Chips Ahoy.
Perdido, como Calimero en un Kentucky Fried Chicken.

En las tripas embutidas de crueldad del asesino,
guardó un rincón para custodiar su amor sempiterno.
En invierno, la tapaba delicadamente con sábanas de seda
como se cubrían con pijama de piedra sus víctimas.

Hasta las huellas de sus de sus dedos lo han abandonado.
Toda penitencia es insuficiente para el monstruo.

La triste realidad es que no merece clemencia.
Ni tan siquiera la frágil vejez del dictador vale un poema.

***

Música: 091 - ¿Qué fue del siglo XX?
Locales: La perra gorda, La Tertulia (no tienen nada que ver el uno con el otro).
Editorial: Alea Blanca, poesía sin pretensiones.

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